El niño azul/The blue-kid

El niño azul nadaba en el lago con un balón en la mano. Había un hombre que daba instrucciones, y usaba un silbato de vez en cuando. Habían otros niños flotando o sumergiéndose, como hojas de árbol que se arremolinan por el viento.

El juego era dar vueltas, hacia atrás, con el balón en la mano. Sumergirse mirando el horizonte al revés, y dejar que el balón fuera libre allí en el punto más profundo. Dejar que la pequeña esfera fuera expulsada por la presión del agua. Verla huir apresuradamente, verla saltar en el aire, perder su inercia, y caer con un splash seco en la voluptuosa superficie. La vuelta era más fácil que la ida, sin el mañoso esférico y mirando al aire desde el agua. Pero había una angustia de quién no pertenece y está perdido. Entonces era difícil volver a la superficie para el niño azul, y era sobre todo difícil sumergirse.

A veces se sofocaba y salía medio ahogado.
A veces funcionaba y creía haber aprendido.
A veces, no hacía caso y se quedaba chapoteando con su balón, un poco culposo,
un poco rebelde.
No imporaba mucho, nadie se fijaba más que él.

¿Y por qué los otros lo perseguían?
¿O eran sus sombras y estaba solo?
Niños crueles,
pequeña manada de miedos en los pasillos,
mirando entre los objetos sin importancia.

Y el niño azul se volvió rojo y negro.
Y entre llantos y gritos fue él quién atacó esta vez. Escogió botellas de vino, y las lanzó
contra el niño-odio, el niño-terror,
y una tras otra reventaron y lo mancharon de sangre.
Y de sorpresa el terror rompió en desconsuelo, y el luto cubrió su puro amor.

¿Habrá sido, realmente, aquel,
el niño-crueldad?

Ahora límpiate, ve al lago, escucha el agua acariciar las piedras en pequeñas olitas.
Lava tus manitos de vino.

Tu ropa no volverá a ser como antes.
El rojo tiñó este capítulo.
El negro pesará en tu pecho.

Niño azul,
ve al lago y sumérgete.
Darás una vuelta sin balón y verás,
serás tú quién apresuradamente suba
y vuele por un segundo.
Y caerás como pluma en el horizonte,
ya liviano,
quizás incluso transparente.


The blue kid was swimming in the lake with a ball in his hand. There was a man giving orders, and using a whistle every once and then. There were other kids floating, or plunging, like leaves of a tree swirling with the wind.

The game was to go in circles, going back, with the ball in his hand. Plunging while looking to the inverted horizon, and leaving the ball free there, in the deepest point. Leaving the small ball be expelled by the pressure of the water. Seeing the ball run away fast, seeing it jump into the air, loosing its inerce, and fall with a splash on the voluptuous surface.

Going back was easier than starting it, without that tricky sphere and looking to the air from underwater. But sometimes there was an anguish of who does not belong and its lost. And then it was hard to go back, and even harder to try to plunge into that lake.

Sometimes he’d suffocate and get out half-drown.
Sometimes it’d work and he’d think he’d finally learned.
Sometimes, there’d be no point so he’d just float with his ball, feeling a little guilty,
feeling a little rebelious.
It didn’t matter, no one cared except for him.

So, why were the others chasing him?
Or those were his own shadows and he was alone?
Cruel kids,
small pack of fears in the hallways,
looking from behind objects with no importance.

And the blue kid went red and black.
And crying and screaming it was him who attacked this time. He chose bottles of red wine, and threw them
to the hate-kid, the terror-kid,
and one after another they broke and stained him with blood.
And suddenly his terror was grief, and then mourning covered his pure love.

Was him, really, that kid,
the cruelty-kid?

Now clean yourself, go to the lake, listen how the water caresses the rocks with tiny waves.
Wash the wine from your small hands.

Your clothes will not be the same color again.
Red stained this chapter.
Black will live in you chest, now heavier.

Blue-kid,
go to the lake and go deep.
You’ll do a circle and see,
it’ll be you who will go up fast
and will fly for a second.
And you’ll fall like a feather in the horizon,
now light,
maybe even transparent.

Caracol que guarda el mar Pacífico

Necesito una mano, pero no la busco. Me encuentro en cambio conmigo. Mi mano da mi mano. Pienso de nuevo en lo mismo.

– I recall you writing “you are not alone if you are with yourself”. So why so much sadness, my friend? Are you a sadness addict?

– Quizás.

– So, are you just going to stay like that?

– No sé.

– That sounds like yourself, doesn’t it? C’mon, move…

– Ok. Pero déjame un rato sólo, por favor?

– …

– Es que un recuerdo me pincha el corazón y me quedo como adolorido. Es un recuerdo bello en todo caso. Si fuera malo el dolor sería en otro lugar. Lo qué pasa es que es algo que anhelo y que perdí. O tengo que convencerme de que perdí. Pero no puedo hacer mucho para lograrlo, no ahora, no tengo fuerzas. A veces quiero sólo olvidar por lo mismo, pasar por alto, pero eso bloquea la vida misma. Me vuelvo una estatua fría.

– Hug me.

– No se puede abrazar lo que no existe.

– I exist, we are the same.

– Me hiciste acordar de un libro que estoy leyendo donde hay dos seres, dos partes de uno: maza y dohta. Quizás la idea de hablar contigo viene de allí. Si somos lo mismo, dime, dónde vivimos?

– We live inside a nutshell. You voided the nut some time ago to make a present. One of those is all we have. A line, a small group of words fits in it. The words are part of a key. The key opens a secret garden. The garden is where all what is beautiful lives.

– Será como el caracol que guarda el mar Pacífico, que todo lo conoce y entiende? Un punto de fuga, un escape? Una caverna donde sentir el fuego y la madera crepitar? Será?

– It could be the warmth of one embrace with what you had. The existence of something true. The truth doesn’t change. What was, now keeps being somewhere in a past-present.

– Yes… it could be.

No linearidad

Proponerse una meta diaria, como tomar un vaso de agua al ayuno, es el perfecto ejemplo de la no linearidad de la vida. Un plan tan simple, sujeto a reglas tan rígidas, en el que depositas tu esperanza, es una trampa que deja heridas que recuerdan la frustración. Todo porque un día lo olvidaste, o no pudiste. Y luego, cuando quieres volver a tomar el vaso, ya no estás tan seguro de que este plan tenga futuro. Sin embargo otras veces has logrado completar el plan, y te has sentido completo. Y eso es peor, porque ahora hay un riesgo implícito en cada acción, pues siempre hay una posibilidad de que cumplas o no lo proyectado. Y cuando el plan se completa, pero ha sido rota la sagrada regla, ha sido reinterpretada para poder lograrlo, entonces hay una mezcla de agua con aceite. Hay gente que opta, o lo hace sin pensar, en no tener plan alguno. Las cosas así llegan y se está en paz, pues se sigue la regla natural de cada paso. Pero tú quieres algo, quieres mucho, tienes planes y sientes el futuro en la piel. Pero eres rígido como un árbol, rígido para el ahora, pero blando para tiempos que no se pueden preveer. Blando para planes que no existen, o no han sido comenzados, o están por desecharse. Rígido, porque no te adaptas al presente más que afirmándote bien de la tierra. El viento te recuerda la libertad, el flujo de los acontecimientos, pero tú sigues ahí, dejándolo pasar a través de tus ramas. Y finalmente las internas fuerzas se empatan, y vives sin planes como el plan central, para no sufrir por lo que no lograrás hacer.

¿Y por qué todo tiene que ser parte de un plan? Porque nacemos dentro de un plan. Porque crecemos dentro de un plan. El plan de nacer-rellenar el espacio-morir. Porque así somos los humanos, encarrilados en un tren sin control hacia quién sabe dónde. Ahora, si se trata de rellenar el espacio, rellénalo bien. Digo, ocupa el tiempo en cosas que tengan sentido para ti. Ahora, ¿qué tiene sentido? Bueno, es por eso que necesitamos un plan.

El limonero

Afuera de la ventana hay un limonero que tiene la mala suerte de ser muy fértil. Genera todo tipo de convulsión en el vecindario porque todos desean los limones, aunque estén baratos en el tianguis (feria), para sus pozoles (sopa). El único problema es que el limonero está dentro del patio que no cuida nadie salvo aquellos que lo tienen directamente afuera de su ventana, o sea nosotros. Así, los vecinos saben que el territorio que cuida otro, aunque sea parte del “afuera” de lo constitucionalmente privado, le pertenece por esfuerzo propio. Es una ley implícita que se podría ocupar, eventualmente, para cualquier fin. Por esto es que mandan a sus hijos en manada –pequeñas proyecciones de sus carencias– a meterse al patio con mucha inocencia simulada para bajar los limones como sea. Luego se vuelve común que tener un limonero sea más una maldición que un símbolo de armonía, viviendo así en un mundo sin ética. Soluciones he visto de muchos tipos, dividiéndose en dos grandes grupos: poner rejas y apropiarse del lugar completamente, o dejar de cuidarlo y no mirar por la ventana. Yo abogaría por regalar todos los limones, dejándonos una pequeña parte para nosotros, pero con el acuerdo de que no sea invadido el patio; pues está ahí, al otro lado de todas las ventanas. Pero una labor así de transparente se vuelve extremadamente compleja en este absurdo cotidiano. Discutir con los niños no tiene mucho sentido, y discutir con los padres tiene menos sentido aún. ¿Cómo podría plantear el pantanoso problema de la propiedad que es pública, pero ha sido tomada como privada, por una acción que es de utilidad pública, pero que no repercute directamente en los demás más que en la subjetiva apreciación de la belleza, o la paz, o la dignidad de no vivir cerca de un basural o un terreno muerto? ¿Cómo planetaría el complejo problema de la escasez de espacio, de la falta de privacidad, de la necesidad de descanso de todo el mundo –incluso de ellos– pero sin levantar airadas protestas?

El cuento del gigante egoísta es mucho más complejo de lo que parece, porque el gigante en realidad no es egoísta, o al menos no quiere serlo, pero lo es como consecuencia de sus decisiones basadas en una ética no egoísta. Además no es gigante, y en principio no le molestan los niños gritando en el patio de su casa, y probablemente quiera largarse ya del lugar en el que está, pero sintiéndose culpable de no poder arreglar ni un ápice la realidad que lo abruma.

Siento ese peso en el estómago, medio arremolinado, pensante, cuando miro el camino recorrido y me doy cuenta de que ya tengo una perspectiva. Buscando la humildad más sincera, soy Físico a palos, aspirante a científico, intento de autodidacta en la música, ciclista amateur, montañista de cerros diminutos, político sin ganas de polemizar, hijo taciturno, hermano hermético, humano perdido en su rectitud, niño inquieto vergonzoso, disfraz de adulto, observador y por lo tanto pesimista, observador y por lo tanto optimista, contradictorio. Un rompecabezas fractal, colección de piezas que contienen piezas que contienen piezas (…) que se unen a través del tiempo, pero que no puedo precisar pues me alejo contínuamente viendo cómo crece la mancha de Mandelbrot, catedral donde Dios duerme, fuera de este mundo, quedándose con la paz y la verdad.

Amor negro

Cortas a medida, cortas, aceleras y el ritmo de la máquina que come telas se sobrepone bruscamente a la música que no elegiste por acompañante. Estás ahí, sola en medio del mundo que te mira. Qué triste este mundo que compartes conmigo con sentimiento de culpa. No te preocupes más, ocúpate en sentir en tus manos la creación fluyendo y palpitar la vida que es sólo una. Triste, entristescámonos, entristescamos a los demás, reguemos tristeza en el mundo, compartamos las penas, pero no nos ahoguemos más en la pequeña miseria que guardamos ahí en el fondo. Vamos de funeral llorando por los muertos de nuestra vida, por la vorágine que nos tiene sin sosiego del sol quemante, caigamos profundo en el abismo, pero juntos, unidos, hermanos.

Las escalas

Tú, persona que habita la Tierra, que orbita como un microorganismo sobre esta nave espacial junto a 8 Planetas en torno al Sol, cuya masa representa un 99.85% del total de este Sistema Solar, que vive inmerso en una Galaxia llamada “Vía Láctea”, que posee cientos de miles de millones de estrellas como la que nos da la luz cada día — una más de las tantas Galaxias, que es una pequeña parte de un Clúster de Galaxias, de espirales, de elipses, de amorfas a distancias inimaginables, ¿qué pequeño poder, qué ínfimo argumento te hace pensar poseer la llave de la verdad?

 

Pies en la montaña.

Hay que ir borrando la huella.

Aún no es suficiente este cansancio para olvidar.

Lo que debo pensar no es lo que pienso, es inevitable.

Reaparece el felino y golpea en los gemelos; hay que mirar el suelo y enlatar esas sardinas que se escurren; mientras las enlato se ríen sardónicas, se ríen de la huella que trato de borrar. Aún no es suficiente, el blanco de mi mente está lejos, no debo dejar de caminar.

La belleza en frío, detrás de vidrios opacos, saluda infértil a lo lejos. Mejor dejar libre esa presencia, y mirar el suelo, paso avergonzado de precauciones. Tan arriba, qué más da, esto no tiene orientación alguna.

El felino no será capaz de deneter la inercia de elfante que llevo, pero hiere en cada paso. Imposible no sufrir, no gruñirle al acontecer nacional, mundial, individual.

A veces el estrépito de los relatos que caen de las paredes, luego de una sacudida que viene de Japón, detiene este egocentrismo terrorista. Pero ya ves, hoy no puedo dejar de hacer crecer el yo para combatir el presente lleno pasado. Lo haré crecer hasta reventar, hasta recoger los pedazos, picarlos, filtrarlos, y así pacificar a la bestia. Y cuando eso suceda la ofensiva ya no será un sentimentalismo vacío, lleno de preguntas y miedos, sino pura entrega febril.

La tierra es un esferoide

Una vez adentro, en las profundidades del mar, erizada la piel por la brisa que cubría como manto gélido la pequeña embarcación, pregunté una vez más a los tripulantes por el destino y no conseguí más que cientos de brújulas contradictorias. El destino de este pequeño grupo tiene que ver sólo con flotar. Entonces fue cuando me alejé a la proa y conseguí tender un puente.

Hace varias semanas permanezco aquí, recibiendo de reflejo la luz de un faro que a veces se tienta y deja de mirar al horizonte para volver su foco deslumbrante hacia la pequeña roca en la que me sitúo. Con mucho esfuerzo y penurias logré llegar allá. El alejado faro no estaba sino a unas cuantas brazadas de mi roca, mi pequeño mundo que resiste el paso de las olas. Descubrir que sus paredes eran de una constitución tan diferente de lo que conocía no hizo más que fascinarme, encontrar esa puerta abierta por la que me deslicé fue recuperar el calor que había perdido, contemplar por un instante el secreto que guardaba allí es algo que no olvidaré jamás.

Hoy volví al esquivo lugar, y no encontré sino una puerta trancada. Comprendí que debía alejarme de aquí. Era un inminente tsunami el que me hizo dejar mi roca y preferir sumergirme en el mar, sentirme a la deriva hasta el arribo a un lugar mejor. Quizás aproveche el impulso titánico del tsunami que vendrá para llegar a otro mar, a otra roca o volcán. No sé lo que suceda, pero seguiré un camino y no lo dejaré…

Si ves esta nota, si la encontraste trancando tu puerta y resististe la inmensa tormenta, recuerda que la tierra es un esferoide y es probable que volvamos a encontrarnos.