Duelo 2

Estábamos en un bus.

(Como aquél en el que, extrañamente, un día grité “los vidrios no hacen daño”, o algo así. Tú me pediste que bajáramos del bus. Estabas asustada. Quizás veías que yo tenía un problema en la cabeza. Mi cabeza estaba haciendo corto circuito. Un tiempo después tuve un ataque de epilepsia. Cuatro años con carbamazepina. ¿Cuánto cambié luego de esto? Imposible saberlo.)

Era un bus antiguo, de esos en los que me daba miedo viajar porque pensaba que se desarmarían. Me costó acostumbrarme a andar en bus, pero era nuestro medio de transporte.

No recuerdo al conductor. Ahora me fijo en el conductor porque pienso que si es otro el que conduce, es algo que no puedo —literalmente— manejar. Un contexto que me aplasta.

Había más gente en el bus, pero no recuerdo a nadie que conozca.

Estábamos sentados en la parte de atrás. Esa que había que evitar para no ser se asaltado.

Te levantaste, caminaste por el pasillo hacia la puerta delantera. No sé si había una puerta trasera, pero quizás el bus era tan antiguo que sólo tenía una puerta.

Yo te miré caminar a la puerta y pedir que el bus pare. Esa era tu parada. Me miraste fijamente.

Sentí una angustia enorme. Creo que no dije nada.

Me dijiste adiós. Bajaste del bus mientras yo me quedaba pegado al asiento.

Una pena enorme me despertó llorando.

No te he visto desde entonces. No te he visto. Desde entonces.

No te he visto en mis sueños y no he soñado gran cosa.

Yo sigo en el bus, pegado a mi asiento.

Kilómetros atrás fue tu bajada y el bus sigue adelante sin parar.

Quizás este bus va en círculos.

Quizás la parada es sólo una.

Quizás no me alejo, sólo voy en círculos.

O será alejarse la única forma de volver.

Como sea, ese bus no lo manejo yo.

Yo sólo tengo una bicicleta.