Bachillerato diario

Es de noche. El aire está denso y cálido. Circulan por las calles los autos cansados y las micros con la gran fatiga de la jornada. No queda mucha gente.

Tiempo perfecto para jugar al bachillerato.

SOLO
BUS

Hoy pasaré por las S, atravesaré la curvilínea letra para llegar a la O, que me entregará un vacío entre sus dos barreras. Estaré por un pequeño momento dentro de ella, guardado del peligro inminente, tranquilo pues me rodea un gran zurco amarillo.

La calle está vacía, tengo ganas de gritar, explotar pedaleando, quemarme con el roce del aire como un astronauta que vuelve de una órbita. Que el tiempo sea alcanzado por la explosión de mis piernas. Pedalear, pedalear, pedalear…

Esta vez me ubico en tierra de nadie, en la línea amarilla que separa la vía exclusiva de los buses, con la de los autos. Esas cosas refractantes puestas en dos largas líneas son el límite por el que tengo que encajar las ruedas. Mi pequeña ciclovía se reduce a ese espacio. Precisión y velocidad. Una larga línea en tierra de nadie. El ácido láctico que delata mi cansancio me hace perder el control, no puedo mantener la situación, viro a la derecha, me pongo en el centro de la calle, paso por paraderos atestados de gente que espera. ¿Qué pensarán de mí? Me gustaría pasar tan rápido que sólo fuese una brisa, así creerán que soy una hoja o un espíritu. Vivir en una dimensión.

Mañana pasaré por la U y la L.

Las malditas puertas.

El viaje es sencillo hasta que debo pasar por las puertas. No me había percatado de todo lo que les temía.

Corridas interminables de abominables puertas cercan mi flanco derecho, esperando abrirse sin aviso mientras yo permanezco en la línea para no caer en la pista de los autos que corren como si fuera la montaña a rayar esa pintura pulcra, brillante. Es tensión, adrenalina, una lotería asesina.

Fuerzo la vista para ver a través de los vidrios, intento de prevenir un accidente que me haría volar varios metros mientras giro en el aire con algún hueso roto incluso antes de caer al suelo y quizás ser aplastado por ese camión que con cargarse a sí mismo ya es capaz de trizar pavimento.

¿Es esto un suicidio contínuo?

Así es la calle, corremos peligro apenas aquella persona decide prender el motor de su bólido para transportar segura su vida a costa de las demás. Injusto, violento. Nosotros somos siempre los que saldremos perdiendo. Nosotros a costa de esa señora que apenas alcanza el pedal de freno.

Deberían canonizarnos. Guardamos sin querer grandes cantidades de valores que no predicamos, sino ponemos en práctica mientras vamos pedaleando. Deberían canonizarnos. Sí, y…

Hoy solté el manubrio de mi zebra (bici) y comprendí que tenía vida. Sentí cómo respiraba y se agitaba al llevarme por las calles de esta cuidad. Me sorprendió su entusiasmo, y me sentí feliz al tener un vehículo tan noble, que pide nada a cambio de todo. Le agradezco su entereza en momentos tan difíciles, en mañanas gélidas, o tardes asfixiantes, calles llenas de grietas, vidrios, corchetes, y autos. Era hermoso sentirla moviéndose, galopando, llevándome a donde quiera.

Mañana será un día cualquiera en mi vida, como cualquier otro. Como hoy, ayer, y un día del año pasado.

Otra prueba, otra nota, otro nerviosismo, otra angustia, y lo que venga que tenga que venir, pero que venga y no se quede con la mano en el aire sin tocar la puerta.

Que lo demás importe un carajo, las caras, los dichos, las risas de los que no quiero ver.

Pues será un día cualquiera, otro más, otra andanza, música y frío en la cara, grietas en la calle, semáforos.

La tarde, sentarse y la hoja con un problema, otro problema cualquiera, como cientos de miles que se acumulan en los libros, como trillones que se acumulan en la vida, otro más, nada más.

Y así pasará, haré lo que tenga que hacer, lo que vaya a hacer, y me iré a buscar mi bicicleta y recorreré los caminos que antes hice de ida pensando en una prueba más.

Y mañana tendré una certeza más, sumada a mi gran estadística, que dirá algo pasado mañana, con la que podré concluir que los días pasan como pestañazos. Como todos los días, como un día cualquiera.

Andando en mi zebra-chilensis he visto y me han pasado millones de cosas. Cada ida a la universidad o a comprar pan trae consigo algo curioso, o trágico, o extraño, o algo anormal para un tipo normal en una cuidad normal. Rompe siempre con algún esquema, siempre replantea algo. Aunque quiera pedalear en paz, es imposible no ufanarse del absurdo, por ejemplo, de la accidentada circulación de los vehículos motorizados. Y en especial de esos camiones con 3 corridas de asientos que traen sobre su espumoso tapiz a un enajenado y solitario ser que se siente poderosísimo —semidios— en su tanque sin cañón. ¡Es lo más ineficiente energéticamente hablando que he visto! Con su tanque de bencina en energía equivalente en alimentos podría darle varias vueltas al mundo montado en mi simple bicicleta.