Es de noche. El aire está denso y cálido. Circulan por las calles los autos cansados y las micros con la gran fatiga de la jornada. No queda mucha gente.
Tiempo perfecto para jugar al bachillerato.
SOLO
BUS
Hoy pasaré por las S, atravesaré la curvilínea letra para llegar a la O, que me entregará un vacío entre sus dos barreras. Estaré por un pequeño momento dentro de ella, guardado del peligro inminente, tranquilo pues me rodea un gran zurco amarillo.
La calle está vacía, tengo ganas de gritar, explotar pedaleando, quemarme con el roce del aire como un astronauta que vuelve de una órbita. Que el tiempo sea alcanzado por la explosión de mis piernas. Pedalear, pedalear, pedalear…
Esta vez me ubico en tierra de nadie, en la línea amarilla que separa la vía exclusiva de los buses, con la de los autos. Esas cosas refractantes puestas en dos largas líneas son el límite por el que tengo que encajar las ruedas. Mi pequeña ciclovía se reduce a ese espacio. Precisión y velocidad. Una larga línea en tierra de nadie. El ácido láctico que delata mi cansancio me hace perder el control, no puedo mantener la situación, viro a la derecha, me pongo en el centro de la calle, paso por paraderos atestados de gente que espera. ¿Qué pensarán de mí? Me gustaría pasar tan rápido que sólo fuese una brisa, así creerán que soy una hoja o un espíritu. Vivir en una dimensión.
Mañana pasaré por la U y la L.